martes, 1 de octubre de 2013

Largas horas

La noche tiene la pesadez de una losa cuando la preocupación acecha ¿Qué podemos hacer cuando estas malita cariño? Tu llanto lacera mi corazón como el zarpazo de un tigre, mordisquea mis sentidos cada gemido de tu boquita, esa ronquera que tienes me duele en el alma. Mamá y yo deambulamos por la noche agarrados al hilo de la esperanza que cada gesto tuyo suponga una mejoría que te deje descansar, pero la fiebre hace tambalear tu relajación y no puedes dormir. Los ojos de mami son un hervidero de nerviosismo, una certeza de que su niña no está bien, que esa tos no es normal. Yo la miro y no acierto con las palabras adecuadas, ni tal vez con la conducta precisa. Mamá tiene un sexto sentido para estas cosas y sabe que tu respiración es mediocre. Afortunadamente la noche pasa y el día siguiente es mejor, la visita a la pediatra nos da unas pautas y la mejoría durante el día siguiente es un hecho. Tú estuviste soberbia amor mío, y la mamá también. Cómo explicarte la angustia que se siente al tenerte enferma. Nos hubieramos cambiado por tí una y mil veces, habríamos deseado que tu tos, tu falta de respiración o tu angustia pasara a nosotros una y mil noches si con ello tu te ponías bien. Pero tristemente. la enfermedad la tienes que pasar tu solita. Acostado a tu lado me contabas lo mal que te sentías porque hubieramos discutido el día anterior, me estabas causando tal ternura que casi no podía ni contestarte cariño. Me decías que me querías, una y mil veces, sin que fuera capaz de hacerte comprender que por mucho que tú me quieras yo te quiero un millón de veces más, porque no hay nada más importante en esta vida que contar contigo todos los días. Entre mamá y tú tenéis ocupado mi corazón y no necesito más. Pero tú, amor mío, no sólo la mitad de mi corazón sino también toda mi alma, si el alma existe porque si no existe es que ocupas todo mi ser. Al fin, cuando la alarma del móvil estaba a punto de tocar, decidí levarme; no sin antes escuchar de tu boquita como me decias que me echarías de menos, que las horas no pasaban cuando yo estaba trabajando, que no podías estar si yo no estaba. Con toda la ternura de la cual fui capaz te consolé a duras penas, hasta que por fin el sueño te venció y dormiste a la vez que remitía la fiebre. Ya sonó mi despertador y me alejé hacia la cocina acallando un sollozo. Creo que no ha habido mañana en mi vida que haya ido a trabajar con menos ganas, solo por tener que separarme de tí. Aun llevo muy dentro las largas horas de la noche del domingo y por eso necesitaba escribirlo en mi blog. Tal vez un día lo leas y a lo mejor te guste saber que la vida tiene sentido porque tú nos acompañas, que a mamá y a mí nos alegras cada minuto de cada hora, de cada día en cada semana de cada mes, desde hace tres años ocho meses y un día y hasta el infinito. Te quiero

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