lunes, 19 de julio de 2021

Adiós sombras

El aire huele a sal, a mar, a verano. Las nubes que pueblan mis pensamientos se tienen que disipar con ese brillante sol de vuestra mirada, con ese elegante movimiento de brazos que alegra el aire que meceís. ¿Por qué os he de hacer daño con mis tontas idas y venidas de ánimo? Con todo lo que me queréis. No hay forma de asentar los pies con tanto terremoto ajeno que intenta desmoronar lo que construimos y sin embargo ese movimiento sísmico no deja de ser más que un espejismo, porque en cuanto se disipa el humo, estáis ahí. Fuertes, seguras, llenas de amor. Soportando estóicamente los chaparrones del día a día con la certeza que un solo brazo vale un universo, y ese beso el universo cuántico. Solo hay que cantar para que las notas que vibran en el aire rompan en mil pedazos todos los malos pensamientos, hay tanto bello escondido tras la rutina, hay tan poco rutina cuando construyes aventuras tras las cortinas de los minutos. Eso minutos que vuelan en su pupación de tiempo para eclosionar en maravillosas mariposas de horas dulces. Cada hora que paso con vosotras es una obra de arte y cada hora que nos roban las obligaciones las recuperamos disfrutando del suspiro que el aire dibuja en vuestros rostros. Es ahí cuando todo deja de girar para enmacarse en un cuadro tan bello como vuestros ojos. Las sombras han estado avanzando como un telar negro que impide ver el bien, pero el bien no deja de existir porque se tizne de oscuro. Al revés, al contraste la luz explota con un big ban de maravillosa felicidad. Esa felicidad que esta ahí en cada recodo en el que aparecéis, en cada baldosa del suelo que pisais. La música de vuestra risa es la sinfonía completa que todavía ningún músico creo, incapacidad humana de representar los matices del cariño rimando con la alegría. Esa alegría que nunca perdéis, aunque vengan maldadas. Una vez más me sacáis de las sombras. Cuando me caía hacia la inmensida del miedo porque todo podía perderse, al menos para mí, dos maravillosa hadas me cogieron de las manos me sacaron en volandas y me pusieron en el camino de baldosas amarillas hacía la vida, dando un puntapíe al monstruo. Y cuando mi estúpido ánimo se deja influir por las sombras puedo oir vuestra voz guíandome en el mar embravecido de mi tormentosa falta de equilibrio. Siempre estáis ahí, lanzándome la mano para agarrarme al vuelo. Tú con tu enorme amor, con tu devoción maravillosa, con tu voz inigulable que siempre suena en mis oidos como consuelo constante, tus abrazos que curan todo: los miedos, las angustias, los dolores, las tristezas. Tu presencia que llena los días. Eres imprescindible, maravillosa, mi amor más intenso. Eres la dulzura, la inteligencia, la mágia, el sol, el salitre y el agua. Eres a quien deseo ver cuando me levanto y el beso imprescindible cuando me acuesto, la luz de todos los días, mi apoyo, mi amiga, mi hija. Y tú, con un cariño a prueba de días aciagos, de duros golpes, de tormentas perfectas. Con besos de fuego, caricias suaves como el pestañeo de un gato, palabras sabias tras mis caidas, la mano firme que tira del carro cuando desaparezco en las sombras, la palabra amable que siempre da en el clavo, mi faro, mi guía, mi compañera, mi amiga, el amor de mi vida. Mi remolino de estrellas. El aire huele a sal, a mar, a verano, pero también a monte, a espliego, a pino, a lluvia recién caida, a tierra mojada. A pequeñas cumbres e inmensas montañas. A una miriada de recuerdos que encierra nuestros veranos, cada año más inolvidables, cada año más hermosos. El aire está perfumado del movimiento de vuestro caminar a mi lado. La vida se mece acunando cada recuerdo enmarcado de plata, cada minuto que os tengo. Os quiero.