lunes, 22 de septiembre de 2025

GAZA

Desde hace mucho, los amaneceres se despiertan teñidos de sangre. No hay silencio. Cuando no hay explosiones, hay gritos de dolor. Los días transcurren en una lenta agonía. La tierra se desangra teñida de un rojo intenso en el que se filtran la carne y la carne. El fuego devora casas y vidas. La realidad está quebrada por dentro y por fuera. Y siempre el olor a muerte. Mientras las miradas de otros se pierden en fronteras ideológicas e intereses económicos, la vergüenza no impide la inactivad de unos y la maldad la arenga de otros. Hay quien le niega la vida a alguien solo porque el rival político lo apoya. La ruindad de estos tiempos es tan grande que hay demonios en la literatura que tienen más bondad. He visto a políticos negar que la muerte de más de 64000 personas sea un acto de inhumanidad, he visto a militares arengar la masacre masiva argumentando un acto de defensa, he visto a mucho “Dios” de salón dirimiendo quien tiene derecho a vivir y quien no. No soy creyente, pero si el Dios que conocí en mi infancia existe, jamás habló que se justificara la muerte bajo ningún concepto. Es curioso ver a católicos y muy católicos perdiendo la compostura a favor de una matanza sin precedentes. He visto a miserables políticos que por su ideología cafre son capaces de justificar la matanza de niños. Organismos internacionales inoperantes cierran los ojos ante una marea sangrienta en la que los bebes no lloran al nacer, únicamente mueren sin haber podido dar su primer aliento. Los niños, si no caen desmembrados por una bomba no tienen sustento para vivir y sus cuerpecillos perecen devorados por el hambre. Que misera conciencia mueve a esos estómagos llenos a no mover un dedo mientras sus nóminas crecen con miles de euros del erario público. Y mientras, desde lejos, demonios con traje o con caros vestidos dan palmaditas en la espalda a los criminales de guerra, al mismo tiempo un racimo de bombas dinamita la existencia de cientos, miles de personas que su único delito es vivir en Gaza, una franja de terreno a la que encerraron a los Palestinos y donde ahora los quieren borrar del mapa. Bajo los escombros, una madre sujeta el cuerpo sin vida de su hijo. El dolor le nubla el entendimiento, todo es irreal salvo el quebranto de su alma. A su alrededor, las columnas de humo dibujan un dantesco panorama, las llamas apenas están a unos metros con su mensaje de terror. Pero la mujer no puede huir, quiere llorar a su pequeño, siempre quedan lágrimas cuando te arrebatan a un hijo, el llanto no cesará nunca, salvo que otra bomba desintegre el corazón de la madre. Y entre las ruinas no hallará esperanza, no hallará consuelo, solo el horror bajo los escombros. Así funciona el monstruo que gobierna Israel, montando el dolor sobre el dolor, la muerte sobre la muerte. Justificando su soberanía a base de llenar Gaza de cuerpos humanos despedazados por sus bombas. Solo oyendo a palmeros del averno que desmenuzan la realidad desde sus sillones de terciopelo, teorizando sobre la vida de otros desde una monstruosa forma de pensar. Desde su atalaya construida sobre cráneos humanos La historia se escribe estos días, algún día se estudiará en los colegios como occidente miraba para otro lado mientras un psicópata mandaba a la muerte a miles de personas. Un gobernante que actuaba con absoluta impunidad, con altivez, sacando pecho por el juego de la muerte, con despotismo. En esos libros futuros se habrán retratado muchas personas que no podrán alegar desconocimiento. Al igual que, curiosamente, la vergüenza y el horror cubrieron Europa con el Holocausto Judío. La vida es caprichosa por no decir enrevesada ¿Quién tiene la potestad de decidir muerte o vida? La propia muerte grita de dolor en Gaza

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