martes, 25 de noviembre de 2014

Espejismos antes del horizonte



Dicen que todo lo que lanzamos al mar, nos lo devuelve.

Te puedes pasar horas y horas mirando el ir y venir de las olas, sintiendo la brisa fresca en verano, fría y húmeda en invierno. La mirada va y viene entre la orilla y el horizonte.
La vida juguetea en las olas con los que tenemos la suerte de haber crecido cerca del mar. El tórrido verano de los años 70 tenía la fea costumbre de tornarse gris cuando mis padres decidían llevarme a la playa. La memoria es injusta, porque es verdad que muchos días, el sol derretía el polo que me comía en dirección al tren. Qué lejos estaba la playa el siglo pasado.

Las risas infantiles del verano pronto se cambiaron por los paseos solitarios en busca de respuestas, algún recuerdo de rocas y lágrimas. Abrazos de cariño que estremecían el final del año. Algún adiós. Luces en la noche de un faro que indicaba una nuevo camino. Amaneceres y atardeceres en playas y mares distintos, pero siempre acompañado por el incesante chillido de las gaviotas, el olor a salitre, la dulce caricia del viento.
Hasta que llegan los días en que las risas que deposité en mi infancia el mar me las devuelve y disfruto en él; salto, me zambullo y rio, rio una y otra vez. Mientras ella me mira con los ojos divertidos. Que maravilloso es jugar hasta no poder más, mientras los pies sienten la arena mojada y densa, mientras a lo lejos salta un pez y el sol nos da color.

Es verdad que todo lo que lanzamos al mar, nos lo devuelve. Cuando lo conocí lo quise, y ahora, que lo visito menos de lo que debiera, me devuelve la felicidad sembrada, mientras oculta en sus profundidades las tristezas derramadas en sus orillas. Siempre tiene las virtud de dibujar una sonrisa en su horizonte.


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