jueves, 28 de febrero de 2013

Te quiero sin parar.



Te quiero sin parar, me lo dijo dándome un besito dulce, con la boquita llena de petit suisse con sabor a galleta. Nuestras miradas se encontraron y su sonrisa de niña acarició mi alma enardeciendo por un instante todo lo que me rodeaba.
No fue un día fácil y sin embargo todo rastro de amargura se borró de la faz de la Tierra. Tengo la seguridad que los niños tienen un sexto sentido que perdemos con la edad, algo que está entre lo mágico y lo mundano, que les da una capacidad inusual para dar luz a la mayor oscuridad.

Después de esa frase me quedé flotando en una nube, no sé el rato que estuve mirando su carita de sirena, supongo que pasó algún tiempo, porque el yogurt ya se había secado un poco de mi cara cuando me lo limpie, esos segundos  pueden haber sido de los más felices de mi vida. Que más da lo que dure la felicidad máxima si uno puede saborearla.

Te quiero sin parar. Como una máquina que echa a andar y no se detiene nunca, como una fuente de energía inagotable que hace que todos los corazones latan al son de la ternura. El amor tiene más fuerza para mover el mundo que cualquier combustible conocido. Sin medida, sin ningún esfuerzo, porque está ahí, porque me considera importante, esencial, imprescindible. Caminando por la vida con la ilusión de que la coja de la mano, que le de un beso, que le cuente un cuento ,que juegue con ella en el parque, que invente junto a ella un día diferente. Sin parar, sin detenerse siempre con la mirada puesta en mí porque me adora.

Sin darse cuenta mi hija ha compuesto la frase que resume el amor ilimitado, sin fronteras, sin pedir nada a cambio. El amor que no se fuerza, que fluye, que está ahí todos los días, todos los minutos. No sé si la literatura habrá recogido alguna vez esta frase,  pero a mí me parece la originalidad perfecta del amor puesto en movimiento, la concrección exacta del amor más fuerte que existe, el que se da entre padres e hijos.

En un par de años, puede que menos, Claudia podrá leer estas palabras y en ellas podrá encontrar la prueba palpable que a su padre, un día, le regaló uno de los momentos más bellos que jamás vivió, seguramente no tanto como el día que la ví nacer, pero sí que a la altura de los instantes enmarcables en el museo de los grandes recuerdos, de las pizquitas de vida que sacuden tu mente y te dicen: no hay nada más importante en este mundo que sentirse querido por una hija.

Ojalá el tiempo y las fuerzas me den la oportunidad de darle la vida más plena y hermosa que se merece, aun así me va a ser dificil encontrar algo que se asemeje a la frase que ayer me regaló.

Gracias hija, yo también te quiero sin parar.

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