jueves, 5 de julio de 2012

Oscuridad en la montaña.

Nunca se sabe como empezar para que las palabras sean contundentes. No se sabe como definir la situación extraordinariamente grave que se produce tras el paso atroz de las llamas. Podría recurrir a los tópicos de siempre. El bosque tardará décadas en repoblarse, nos estamos quedando sin oxígeno, nos estamos quedando sin paisajes. Sin embargo, quiero dejar en la humildad de esta entrada dos testimonios que me conmovieron. El primero de ellos, el de un vecino afectado por el incendio de Cortes de Pallàs, que con un rictus amargo y con la triste voz del dolor, se dirigía a las cámaras para decir que su casa con toda seguridad se había quemado y con ella todas las cosas que habían comprado para su futuro bebé . La segunda, la de un abuelo que, con una tristeza infinita, pensaba en sus nietos cuando iban felices a casa del iaio y ahora sólo verían un paisaje negro por lo que no querrían ir. Aun está el incendio caliente, pero aun cuando el fuego se extinga definitivamente, siempre que recuerde esos dos relatos se me volverán a remover las tripas de tristeza y rabia, de empatía por el dolor ajeno, de angustia por no poder hacer nada por nuestra gente. Es curiosamente anómalo que seamos siempre los ciudadanos de a pié, la gente que no tenemos poder, los curritos, los quiero y no puedo, los Don nadie los que sintamos dolor por las cosas, los que sintamos desesperación e impotencia ante tanta desgracia y, paradójicamente todos aquellos con capacidad para decidir miren para otro lado y lancen balones fuera. Tengo una hija pequeña que no podrá ver la zona de Dos Aguas, Andilla, Alcublas, La cova Santa, Montroi, Altura, Cortes de Pallàs con su esplendor verde hasta que no sea adulta. Ojalá para entonces reine la cordura y se cuide el monte como se merece, ojalá para aquel entonces no tengamos convertida la tierra en un erial. Supongo que los políticos, en su burbuja de lujo y hoteles de cinco estrellas son incapaces de valorar el suave olor del pinar, el aroma del espliego, el vuelo del aguila, el cantar del petirrojo, el ulular del mochuelo, el caminar nocturno del jabalí, el sonido del riachuelo, no saben lo que se pierden, tal vez por eso sean tan obtusos a la hora de preservar lo más preciado que tenemos junto a la vida, porque monte y vida van unidos, como deberían ir unidos inteligencia y bondad; humanidad y esfuerzo.

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