martes, 5 de junio de 2012

Ganas de gritar.

Por todas partes luce la desidia y la frustración. Las calles rezuman suciedad alimentada diariamente por la precaria solidaridad de los vecinos, cada día es más evidente la inhumanidad del ser humano. El egoísmo se ha convertido en una virtud en esta sociedad en la que el más caradura es el más beneficiado no hay lugar para las buenas acciones, pues tienen una recompensa que no se puede valorar en dinero. Las miradas que se cruzan reflejan la dureza y la amargura, hasta los niños tienen en los ojos miedo y no dulzura. Palabras como ilusión, solidaridad, esperanza se han convertido en recursos linguísticos sin uso. En pleno siglo XXI proliferan las camas nómadas en un hueco en la pared junto a un hotel, en los parques, en el viejo cauce del rio, en el metro. Gente que antes tenía un trabajo, una casa, una vida. Gente como nosotros que ahora somos capaces de mirar con asco porque nos produce dolor su presencia. Justo ahora es cuando tendríamos que mirarlos con resolución tendiéndoles una mano, sacándoles del pozo, porque seguramente mañana nos tocará a nosotros si no ponemos remedio a la indiferencia. Los responsables de infierno en la tierra ya han actuado, ya han hablado, ya han dejado claro que les importamos los mismo que una colilla flotando en el retrete de un aseo público, ahora nos toca a nosotros gritar con todas las fuerzas que nos da que diariamente tengamos estómagos bien pagados jodiéndonos la vida. Tenemos que cambiar el estar sobreviviendo por el estar viviendo, por gozar de una felicidad que bien nos merecemos, por acabar con tanto privilegio de mangantes, políticos y banqueros. No miremos hacia otro lado. Es hora de gritar.

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