miércoles, 8 de enero de 2025

Navidad sombría

Ya se apagan las luces de los árboles, guirnaldas, calles. Esas luces que intentan alumbrar una época tan extraña como oscura. Disfrazada de ilusión, mientras engañamos a los niños con fútiles promesas de regalos que, en realidad, podríamos conceder en cualquier época del año, y por cualquier otro motivo más real, más próximo. Simplemente porque los queremos. Niños y no tan niños, porque esperar a que una supuesta corte de magos invada nuestros hogares para traer presentes que nosotros mismos compramos y no pensar en esa persona querida, cualquier martes del año, hacerle que sonría y destruya la rutina de un día cualquiera. Pero, divago, solo quería reflejar la cruel realidad de una fechas en las que mientras suenan ecos de supuesta felicidad, miles de personas viven los días más agotadores del año y otros, sucumben al estrés, el malhumor, el gasto desmedido. Todo ello para celebrar ¿Qué? El supuesto nacimiento de alguien que, seguramente, ni nació en invierno, ni en esas fechas, y tampoco era el hijo de Dios ¿De qué Dios? Mientras celebramos el nacimiento del mesías en Belén con el hipócrita mensaje de Paz, niños mueren en Palestina todos los días mientras occidente se atraganta con los turrones, celebrando el nacimiento de un niño, por aquellas tierras que se empapan de sangre y rabia. En esta sociedad polarizada, en la que se ha llegado a un maniqueísmo político tan absurdo como estéril, hasta la Navidad se politiza. Vuelven a aparecer voces de aquellos que nos dicen como debemos sentirnos, a que debemos creer y como tenemos que celebrar, a riesgo que nos acusen de ir en contra de la identidad española. Que mentes más zafias, que ruindad de argumentario. La identidad española es tan rica, que está muy por encima de toreros, ultracatólicos, cazadores, españolitos de salón, caciques y periodistas reaccionarios. La identidad de nuestro país se nutre de mil formas de pensar, de multiples nacionalidades, de todas las culturas que nos visitaron, de todas las religiones que dejaron su huella en nuestro país, de la posibilidad de celebrar Navidad, Hanukkah, Yule o lo que quiera cada uno. En definitiva, la identidad se nutre de libertad y se pierde cuando se quiere imponer el pensamiento único. Sé que es complicado que gente con intereses espurios conviertan en palabras la razón, ya que viven de ese farfolla de ideas carcas y estúpidas con las que calentar el ambiente. Mensajes facilones que llegan a mentes planas, sin espíritu crítico. No es de extrañar que, en otra época, la Navidad fuera tiempo de recogimiento, de miedo, de cabalgatas de muerte, cortejos fúnebres que hicieron que esas luces que tanto asombran y gustan, se pusieran para espantar a eses seres de otro mundo que querían llevarse a inocentes con ellos. Seres que traían regalos si te portabas bien, pero hay de tí si te portabas mal. Cuando los días son tan cortos y la oscuridad domina la jornada estas cabalgatas siniestras pueblan la noche y pobre de aquel que sea descubierto por esta procesión macabra. Y, por supuesto, la Navidad es la época perfecta para ver una silla vacía, echar mucho de menos a los que se fueron a su pesar, mirar atrás con melancolía y recordar sus rostros, sus sonrisas y no poder decir sus nombres, no poder llamarles, abrazarles, quererles. Esas personas que han llenado tu vida de Navidades alegres, de una infancia entrañable que, aunque sean dulces sus recuerdos, en estas fechas queman como tizones. Hasta el mismo día de Navidad perdimos una amiga de largos bigotes y dulce maullido dejándonos como un juguete roto que nadie querrá en Reyes. Pero, ya han terminado las fiestas, los días empiezan a crecer en luz y cuando los días más fríos del año pasen, nos espera la primavera con su luz y otra forma de ver la vida. Respirar bajo el cálido sol mediterraneo.